A solo una hora de Tokio, se encuentra Kamakura (鎌倉市) , considerada s la única de las tres antiguas capitales de Japón que da al mar, a diferencia de Kioto y Nara. Aquí el sonido de las olas se mezcla con el eco de los templos, y donde los mochileros descubren que Japón no es solo luces de neón, sino también senderos de bambú, surfistas al atardecer y tazas de té compartidas con desconocidos.
En el siguiente articulo conoceremos mas de esta singular ciudad, fuera de Tokio, entre templos, olas y bambú.
Historia
Kamakura fue la capital del shogunato en el siglo XII, cuando los samuráis gobernaban desde sus colinas. A diferencia de Kioto, aquí la historia no está detrás de vitrinas: se camina, se toca y se respira.
El símbolo más imponente es el Gran Buda (Daibutsu), una estatua de bronce de más de 13 metros que ha sobrevivido terremotos y tsunamis desde 1252. Sentarse frente a él al atardecer es una experiencia casi hipnótica: el tiempo se detiene y el silencio pesa más que las palabras.

A pocos minutos, el templo Hase-dera ofrece otra perspectiva. Desde su mirador se observa la bahía, y en sus pasillos resuena el murmullo de peregrinos y turistas por igual. Miles de pequeñas estatuas de piedra decoran los jardines, creando un ambiente sagrado pero íntimo, perfecto para quien viaja solo.
Costumbres
En Japón existe desde hace mucho tiempo la costumbre de usar agua fría para purificar el cuerpo. Este rito se denomina misogi o mizugori (水垢離), en función del credo. La forma de llevar a cabo la purificación consiste en echarse encima el agua empleando un recipiente de madera denominado oke, sin embargo, las abluciones ortodoxas se llevan a cabo en el mar o en un río.

Rutas
Kamakura se disfruta caminando. Uno de los recorridos más populares entre mochileros es el Daibutsu Hiking Trail, un sendero de unos tres kilómetros que conecta varios templos a través de bosques frondosos. No se necesita más que un par de zapatillas cómodas y curiosidad.

Durante el trayecto, la ciudad desaparece y solo quedan el canto de los pájaros y el crujir de las hojas. En otoño, los árboles pintan el camino con tonos rojos y dorados, y en verano, el aire huele a tierra húmeda y aventura.
Cada curva del sendero ofrece una postal nueva: vistas del mar, santuarios ocultos y bancos improvisados donde compartir una charla o un descanso. Kamakura es, en esencia, un lugar para perderse sin miedo.
Vida local
Tras el recorrido espiritual, llega el turno de la vida costera. A pocos pasos del centro, la playa de Yuigahama se abre frente al Pacífico. Allí, surfistas locales y viajeros comparten las olas y el sol. En verano, pequeños bares de playa y puestos de ramen improvisados transforman la costa en un punto de encuentro multicultural.

La calle Komachi-dori, en el corazón de la ciudad, concentra lo mejor de la energía local: tiendas de dulces de matcha, croquetas de pulpo recién hechas y cafeterías con decoración minimalista. Los mochileros suelen reunirse en cafés con conexión Wi-Fi, donde las mochilas descansan junto a tazas de té verde espumoso y mapas llenos de anotaciones.
Los alojamientos son parte del encanto: guesthouses acogedoras, hostales con tatamis y cápsulas frente al mar que ofrecen una noche tranquila por menos de lo que cuesta una comida en Tokio.
Gastronomía
La comida en Kamakura refleja su espíritu: sencilla, fresca y con sabor local. Prueba el shirasu-don, un bol de arroz cubierto con pequeños peces blancos recién pescados, una especialidad costera que sorprende a los paladares aventureros.

Otra joya local es el mochi de matcha, ideal para reponer energía durante una caminata. Si viajas con bajo presupuesto, los bento de las estaciones o los puestos callejeros ofrecen auténticas delicias por unos pocos yenes.


Reflexión
Kamakura es un lugar para caminar sin prisa, observar y dejarse llevar. Aquí el mar y los templos conviven sin ruido, y los viajeros aprenden que el lujo verdadero está en la sencillez.

Cuando cae la tarde y el sol se esconde detrás del océano, muchos mochileros se quedan mirando el horizonte, sin hablar, solo respirando. En ese instante, Kamakura se convierte en lo que todos los viajeros buscan: un rincón del mundo donde el alma y el camino se encuentran.
